El carácter de la fundación

La fundación de Cartago fue la consecuencia última de una fractura violenta en el seno de la familia real de Tiro, cuya agitada historia interna pone de manifiesto el propio testimonio de Menandro de Efeso. No deja de ser sintomático que sea la única cuidad fenicia, además de Gadir, de la que conservemos una leyenda de su fundación. Por otra parte, según las tradiciones literarias, Utica, muy cercana a Cartago, había sido fundada mucho antes, lo que permite descartar las consderaciones habituales en torno al comercio fenicio como causa principal de la fundación de Cartago.

Aunque el esposo y tío materno de Elisa era el gran sacerdote de Melkart, sería un error ver en ello la prueba de un enfrentamiento entre el palacio y el templo. Primero porque en las ciudades cananeo-fenicias los templos jamás habían tenido la importancia económica que habían alcanzado en algunos países de su entorno, como Egipto o Mesopotamia. Segundo, porque el templo de Melkart era, en realidad, una dependencia del palacio al ser su titular, más que protector de la realeza de la ciudad, el fundador mítico de la misma, cuyos origenes se remontan a una divinización de los ancestros reales. Melkart era, por tanto, el “rey de la ciudad” como dice su propio nombre. Su culto, muy antiguo, había sido elevado a un primer rango entre los restantes dioses de Tiro por uno de los predecesores de Pigmalión en el trono, Hiram, el contemporáneo de Salomón.

Elisa, a quien ningún obstáculo jurídico ni político impedía acceder al trono, pues las mujeres de sangre real podían reinar en Fenicia por derecho de herencia y no sólo de matrimonio, escapó con un grupo de nobles que decidió acompañarla en su exilio, huyendo de la avaricia y tiranía de su hermano. En Chipre, primera escala de los exiliados, y lugar de refugio más tarde para algunos reyes de Tiro que huían de los conquistadores asirios, se unió a la expedición el gran sacerdote de Astarté, la diosa que entre los fenicios era el equivalente de la Ishtar mesopotámica, cuyo templo chipriota ha sido exhumado por los arqueólogos en los alrededores de la ciudad de Kitión (Larnaka). Pero la isla no era un refugio seguro. A su proximidad a la costa fenicia se añadía su sujección política.

Por tales razones la expedición puso proa hacia las costas del norte de Africa, frecuentadas desde antiguo por los fenicios, donde ya habían fundado algunas colonias, como Utica, más o menos por la misma fecha que Gadir en el sur de la Península Ibérica. Así pues, Elisa y los suyos sabían bien a donde dirigirse. Un amplio golfo cuyos extremos cierran Ras-el Djebel, el antiguo promontorio de Apolo, y el Cabo Bon, conocido por los antiguos como el “Cabo Hermoso” (Kalon Akroterion). El lugar escogido presentaba ventajas adicionales que hoy no se perciben tan bién debido a la modificación de la antigua linea de costa.

En efecto, las colmataciones de aluvión en la desembocadura del Medjerda han prolongado ésta hasta convertir el golfo de Utica, situado inmediatamente al norte del de Cartago, en mucho menos profundo de lo que era por aquella época. En otro tiempo el mar penetraba entre el Cabo Sidi-Ali-el-Mekki y el cabo Gamarth, al norte del futuro emplazamiento de Cartago, acentuando el caracter de península del lugar. Al sur de lo que hoy es Sebkhet-er-Ariana, un lago salado que nos recuerda que allí antes había estado el mar, se extiende el istmo que une la penísula con el continente. Fue allí, al sur de Sidi Bou Said, donde Elisa y sus compañeros habrían desembarcado, en la Bahía de Kram, como piensa W. Huss, más protegida contra el viento del Noroeste que la orilla de Bordj Djedid.


En el relato de Justino se aprecian dos momentos en la formación de la primera Cartago. La llegada y el asentamiento inicial de la princesa tiria y sus compañeros en Byrsa, que muy pronto, dice, toma el aspecto de una ciudad, y la posterior fundación de Qart Hadasht, la “Ciudad Nueva” en un lugar sin duda cercano, y nos trasmite también la idea de una cierta precariedad territorial, rasgo este que se encuentra presente en muchos de los emporios arcaicos fenicios y griegos en el Mediterráneo, por medio de la anécdota de la piel de buey y de la argucia de Elisa para conseguir un mayor terreno que el inicialmente concedido. Como ha señalado S. Lancel: Más allá de su función etiológica, la historia de la piel de buey cortada en tiras muy delgadas implica, y apenas oculta, el pago de un tributo de pago opbligado a una autoridad reconocida (1994: 47).

De esta parte del relato de Justino parece desprenderse que el grupo de exiliados tirios no había considerado en un principio la idea de un asentamiento definitivo, tal vez en la esperanza de poder regresar algún día a Tiro, y que ésat surge luego, ante la buena acogida de los africanos y la insistencia de los fenicios de Utica, algo que la mayoría de los estudiosos lo han rechazado arguyendo que las ventajas del sitio elegido en la costa norteafricana no se corresponden con una previsible estancia temporal. ¿Por qué no?

Sin embargo, Qart Hadasht no se funda finalmente en oposición a la metrópoli, Tiro, sino en un momento posterior al primer emplazamiento en Byrsa. Este es, creo el sentido de la “Ciudad Nueva”. La Qart Hadasht africana era una nueva ciudad en relación a Byrsa, primer asentamiento de Elisa y sus compañeros de exilio, y con su creación, que sólo ahora adquiere mediante los ritos fundacionales un carácter oficial, se señala, también ahora por vez primera, una voluntad de permanecer en el suelo africano que, hasta entonces, les había servido de temporal refugio.

También se advierte la presencia de una coexistencia desde los comienzos del asentamiento entre los colonos fenicios, que han llevado con ellos desde Tiro los objetos litúrgicos del culto de Melkart, y de una soberanía libia-bereber que corresponde a las poblaciones autóctonas, que reciben el tributo de los recién llegados, y que dará lugar incluso a una población mixta cuyos vestigios han sido en parte exhumados por los arqueólogos. De esta manera nacía Qart Hadasht, que con transcurso del tiempo se convertiría en una de las ciudades más importantes del Mediterráneo.

El último episodio de esta historia de fundación, que va adquiriendo su sentido a medida que se desarrollan los hechos y no como resultado de una planificación original, es un episodio trágico, pero de una grandeza histórica extraordinaria. Con su autoinmolación, Elisa, al negarse a aceptar el requerimiento del africano Hiarbas, ofrece a su pueblo, ahora ya constituido en una nueva ciudad, libertad e independencia políticas que con el nuevo matrimonio habrían resultado notablemente mermadas. El último sacrificio de la joven princesa para garantizar el futuro de Qart Hadasht. Sacrificio que en los últimos días de la ciudad, muchos siglos después, emulará otra mujer, la esposa del último defensor, Asdrúbal, que preferira arrojarse al fuego con sus hijos antes que ser hecha prisionera y llevada en triunfo, como esclava, a Roma.

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