El Periplo de Hannón


Hacia mediados del siglo V a. C., según unos o finales del VI, según otros, Hannón, el cartaginés, realizó un viaje por las costas del Africa atlántica, con el propósito de fundar colonias y descubrir nuevos territorios. El relato de la expedición se conservó en uno de los principales templos de Cartago. Una versión griega posterior, que lo amplifica desmesuradamente con importantes añadidos en su segunda parte, se ha descubierto en un manuscrito medieval hallado en Heidelberg:

"Esta es la historia del largo viaje de Hannón, basileus de Cartago, a las tierras libias, más allá de las Columnas de Hércules, que él mismo dedicó al templo de Kronos en una tablilla.
I. Los cartagineses decidieron que Hannón había de navegar más allá de las Columnas de Hércules y fundar ciudades de libiofenicios. Se hizo a la mar con sesenta pentecónteras y unos treinta mil hombres y mujeres, así como provisiones y todo lo necesario.
II. Después de navegar dos días más allá de las Columnas, fundamos la primera ciudad que llamamos Thimiaterion. Detrás de ella había una gran llanura.
III. Navegando desde allí hacia Occidente, llegamos a Soloeis, un promontorio libio cubierto de árboles. En él fundamos un templo a Poseidón.
IV. Caminamos medio día hacia el este y encontramos un lago, no lejos del mar, cubierto de una gran aglomeración de altas cañas, en las que pacían elefantes y muchos otros animales salvajes.
V. A una jornada de este lago, fundamos ciudades en la costa, que se llamaron Karikón Teijos, Gytte, Akra, Melitta y Arambys.
VI. Dejando aquello, llegamos al ancho río Lixos, que viene de Libia, junto al que unos nómadas, llamados lixitas, hacían pastar sus rebaños. Estuvimos algún tiempo con ellos y quedamos amigos.
VII. De allí hacia el interior habitan los inhospitalarios etíopes en un país cercado por altas montañas y lleno de animales salvajes. Dicen ellos que el río Lixos nace allí, y que entre las montañas viven trogloditas de raro aspecto, y que, según los lixitas, pueden correr más rápidamente que los caballos.
VIII. Tras tomar a algunos lixitas como intérpretes, navegamos hacia el sur, a lo largo de la costa del desierto, durante dos días, y después, un día más, hacia el este, y encontramos una islita de cinco estadios (un kilómetro aproximadamente) de circunferencias, en el extremo más lejano de un golfo. Nos establecimos allí y le llamamos Cerne. Por nuestro viaje consideramos que el lugar estaba completamente opuesto a Cartago, ya que el viaje desde éste a las Columnas y desde éstas a Cerne era completamente semejante.
IX. De allí, remontando un gran río llamado Jretes, llegamos a un lago en el que había tres islas más grandes que Cerne. Para terminar la jornada, llegamos desde allí al final del lago, dominado por algunas altas montañas pobladas por salvajes vestidos con pieles de fieras, que nos apedrearon y nos golpearon, impidiéndonos desembarcar.
X. Navegando desde allí llegamos a otro amplio río lleno de cocodrilos e hipopótamos. Desde allí volvimos atrás y regresamos a Cerne.
XI. Desde allí navegamos doce días al sur, pegados a la costa, que estaba toda habitada por los etíopes, quienes no se quedaban en sus tierras, sino que huían de nosotros. Su lengua era ininteligible, incluso para nuestros lixitas.
XII. El último día echamos el ancla junto a unas altas montañas cubiertas de árboles cuya madera era de suave aroma.
XIII. Durante dos días las rodeamos y llegamos a un inmenso golfo, en cada una de cuyas orillas había una llanura, en las que, de noche, veíamos hogueras grandes y pequeñas que ardían a intervalos por todas partes.
XIV. Hicimos aguada allí, y navegamos durante cinco días a lo largo de la costa hasta llegar a una gran bahía que nuestros intérpretes llamaban El Cuerno del Oeste. En ella había una amplia isla, y en la isla un lago de agua salada dentro del que había otra isla en la que desembarcamos. De día no podíamos ver nada más que el bosque más por la noche distinguíamos muchas hogueras y oíamos sonido de flautas, tañer de címbalos y tímpanos, y gran estrépito de voces. El terror se apoderó de nosotros y los adivinos aconsejaron abandonar la isla.
XV Navegamos, pues, apresuradamente y pasamos frente a una costa ígnea llena de incienso ardiente, grandes corrientes de fuego y lava fluían hasta el mar, y era imposible acercarse a tierra a causa del calor.
XVI. Dejamos aquello de prisa, por temor, y durante cuatro días de navegación vimos de noche la tierra envuelta en llamas. En medio había una llama altísima. mucho más que las otras, que llegaba, al parecer, a las estrellas. De día vimos que se trataba de una montaña muy alta, llamada el Carro de los Dioses.
XVII. Navegando desde allí durante tres días, pasamos corrientes ardientes de lava, y llegamos a un golfo llamado el Cuerno del Sur.
XVIII. En el extremo más lejano de esta bahía había una isla como la anterior, también con un lago en el cual había otra isla llena de salvajes. Desde lejos, la mayor parte eran mujeres con cuerpos peludos, a las que nuestros interpretes llamaron gorilas Las perseguimos, pero no pudimos capturar a ningún hombre, pues todos ellos, acostumbrados a trepar por los precipicios, se escaparon, defendiéndose tirándonos piedras. Cazamos tres mujeres, que mordieron y magullaron a los que las cogían, no dispuestas a seguirles. Las matamos al fin y, desollándolas, llevamos sus pieles a Cartago. No navegamos más allá porque se acababan nuestras reservas”.
(G.G.M., 3-10)

Los investigadores suelen admitir que al menos una parte de este relato, la primera, es auténtica. No cabe dudar, por otra parte, de la empresa de Hanón, que es citada por Plinio y el pseudo Aristóteles y cuyos ecos parecen reconocerse también en Heródoto. Según el naturalista:
“Frente a este promontorio se citan también las islas Górgades, en otro tiempo mansión de las Gorgonas, a dos días del continente, según Jenofonte de Lámpsaco. El general cartaginés Hanón penetró en ellas y refirió que los cuerpos de las mujeres eran hirsutos y que los hombres habían logrado escapársele gracias a la velocidad de sus pies. Como prueba de ésto y para suscitar admiración, puso en el templo de Juno las pieles de dos mujeres de las Górgades, que estuvieron expuestas hasta la toma de Cartago”. (N.H., VI, 200 ss)

Pero el problema radica en saber si la fuente de Plinio es independiente del relato conservado en Heidelberg y atribuido a Jenofonte de Lámpsaco, que vivió a caballo entre el siglo II y I a. C. No se cuestiona tanto la autenticidad del viaje de Hanón, cuanto el relato que la Antigüedad nos ha preservado, contaminado, entre otras fabulaciones, por las leyendas relativas a las Gorgonas, de las que se decía vivían en los confines de la tierra en el extremo Occidente. Y no falta quien lo considera enteramente una pura fantasía.

Respecto al periplo en sí, la opinión está dividida entre los partidarios de un itinerario corto, que no iría más allá del sur de Marruecos, y los de uno largo, que habría llevado a Hanón hasta la desembocadura del Senegal o hasta el Golfo de Guinea. No entraremos ahora en la identificación, más que problemática y que ha suscitado una enorme polémica, de los sitios que en él se mencionan. El texto de la segunda mitad del siglo IV a. C., atribuido a Excilax de Carianda, menciona los emporios cartagineses situados más allá del Estrecho y dice también que, más allá de Lixus, donde Hanón habría fundado la colonia de Cerné, los púnicos comerciaban con los etiopes.

La evidencia arqueológica indica, por su parte, una presencia cartaginesa en las costas atlánticas de Marruecos. Los descubrimientos arqueológicos en Korass (Tánger) ponen de relieve la existencia de un asentamiento en en el que se ha identificado un centro de producción de cerámica. El análisis de las ánforas halladas sugiere que sus hornos proveían de contenedores, al menos desde el siglo V a. C. a unas factorías de salazón que debían estar próximas. En Banasa, en el meandro del Sebú, se han documentado múltiples formas de cerámica cartaginesa en un horizonte arqueológico que arranca de finales del siglo VI a. C. Así mismo esta documentada la influencia púnica en Lixus a partir del siglo V a. C.


BIBLIOGRAFÍA

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5 comentarios:

Anónimo dijo...

Por favor puede poner el mapa que se vea más claro, cuando acerco el zoom no se distinguen los nombre y puede la curiosidad. Gracias

Anónimo dijo...

¿Cree que la colonización cartaginesa siempre se realizaba fundando nuevas ciudades?, ¿es posible el traspaso de población cartaginesa a otras ciudades aliadas?

Eshmun dijo...

Si, lo dice además Aristóteles, que los cartagineses se libraban de las discordias civiles enviando el esceso de población a las colonias.

Anónimo dijo...

Pero en vez de a colonias fundadas ex-novo, me refiero a ciudades aliadas antiguas como pudiesen ser Gadir, Lixus, Iboshim, Nora, Leptis Magna, etc. ¿Crees que la hegemonía cartaginesa permitiría a los cartagineses trasladar su exceso de población a dichas ciudades fenicias aliadas (aquellas fundadas hace tiempo por iniciativa de la realeza tiria, etc.)? o más bien estamos hablando únicamente de ciudades de menor entidad y antigüedad, es decir colonias fundadas ex-novo directamente por Cartago?, ¿o incluso ambos sistemas pudieron coexistir?. Gracias por tus respuestas, este tema me interesa profundamente.

Eshmun dijo...

En ambos casos. Los cartagineses no fundaron tantas colonias ex-novo, salvo en el litoral del N. de Africa y, en cambio, la arqueolgía nos muestra su presencia en sitios fenicios antiguos, como Villaricos, (la antigua Baria), Almuñécar (la antigua Sex) Cádiz, Ebussus, etc.